quarta-feira, 29 de dezembro de 2010
El Ilusionista - crítica
El mundo de los otros
El realizador de Las trillizas de Belleville (Les triplettes de Belleville, 2003) vuelve a sumergirse en el inspirador mundo de Jacques Tati, esta vez no sólo desde su despliegue visual. También lo hace a través de un guión inédito de 1956 que lleva su firma. El Ilusionista (L’Ilusioniste, 2010) está teñido de un tono melancólico que aumenta con el correr del metraje.
Este film animado, hecho con un exquisito diseño de arte, sigue el itinerario del mago Tatischeff, quien nos introduce a un pasado en donde el espectáculo de varieté comenzaba su declive. Nuevas expresiones artísticas como el rock and roll cobraban mayor impacto. Tratando de sortear este contexto, el hombre sale de gira en búsqueda de los espectadores perdidos. En Escocia conocerá a una introvertida joven, Alice, con quien lo unirá una relación cercana a la paternidad, vínculo que a ella le permitirá conocer una realidad hasta entonces ignorada. Si la muchacha tendrá una experiencia positiva, en cambio Tatischeff se las tendrá que ver con un destino más adverso, haciendo frente a las penurias económicas con su humilde acto y un irreverente conejo blanco a cuestas.
En su anterior film, Chomet se metía en el mundo del espectáculo desde un lugar más lateral y cómico. La comicidad de El Ilusionista sigue siendo eminentemente física, pero esta vez ha cedido en lugar de un relato más íntimo y melancólico. En ese sentido, el guión oscila entre la descripción del contexto artístico que le cierra las puertas al mago y la relación de éste con la chica y de la chica con el mundo urbano, en donde conviven la frivolidad y el excentricismo, pero también la posibilidad de encontrar el amor. La película es un testimonio de lo que ha sido y nunca más será, pero gracias al personaje de esta muchachita tímida, abre el camino hacia las nuevas generaciones desde un punto de vista menos dramático y pesimista.
La película casi no tiene diálogos y en cuanto a su estética se destaca una pátina de colores ocres, justa elección para una historia que rememora la filmografía de un maestro del cine como lo es Tati, hacedor de varias joyas (Playtime de 1967 o Las vacaciones del señor Hulot, Les vacances de M. Hulot, de 1953). Por momentos el justo homenaje pareciera restarle autonomía a la película, concentrada, como dijimos, en la tríada compuesta por Tatischeff, Alice, y las nuevas condiciones culturales. No es muy lógica dentro del universo del film la inclusión de un par de secuencias hechas con tridimensionalidad, dado que –justamente- gran parte del atractivo de El Ilusionista está relacionado con la “vieja escuela” de animación. Pese a ello, es muy apreciable observar cómo Sylvain Chomet vuelve a visitar a la escuela de cine cómico mudo en general y el cine de Tati en particular, proponiendo nuevos temas y potenciado su destreza en la animación.
El Ilusionista resulta una bienvenida mirada hacia el mundo del espectáculo de antaño, la vida en las ciudades y la transformación de los hombres en su contacto con otras realidades, temáticas contadas con melancolía y pura belleza visual.
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