Coitadinha de "La teta asustada", de Claudia Llosa. O furacão peruano, que desceu Serra Gaúcha abaixo feito uma avalanche na terça-feira, impulsionada pelo aríete do Urso de Ouro ganho em Berlim, esbarrou com um rival argentino de peso: "Lluvia", de Paula Hernández.
Na surdina, esta love story desencantada, que rema contra a corrente niilista hoje em voga na cena latino-americana, pisou no 37º Festival de Gramado arrancando lágrimas e suspiros com sua aposta na longevidade do amor.
O longa, destaque de direção na disputa de longas-metragens estrangeiros, retrata um caso de amor entre um engenheiro (Ernesto Alterio) com dívidas paternas a quitar e Alma (Valeria Bertuccelli), uma jovem descrente do bem-querer, recém-saída de um casamento de nove anos, ao qual ainda se encontra presa.
A química entre o casal de protagonistas, mediados por uma impecável composição de plano, ressalta a força dos diálogos no roteiro. A abertura, com uma Buenos Aires regada a uma tempestade torrencial, lembra uma produção brasileira bastante reprisada pela TV Brasil: "Sete dias de agonia - O encalhe" (1982), de Denoy de Oliveira.
LA NACION - ARGENTINA
El cine argentino comenzará mañana su temporada de estrenos fuertes con Lluvia , producción de Patagonik y Pol-ka que presenta Buena Vista. La nueva película de Paula Hernández tiene como figuras centrales a Valeria Bertuccelli y Ernesto Alterio, quien vuelve al cine nacional tras su memorable participación protagónica en la miniserie Vientos de agua, que le valió más popularidad que la lograda con uno de los personajes de El método , película coral de Marcelo Piñeyro rodada en España.
El guión, escrito por la misma autora de Herencia y más recientemente del semidocumental Familia Lugones , cuenta la historia de Alma y Roberto. Ella acaba de separarse y él acaba de regresar de España para cerrar un importante capítulo de su vida. En medio de la pertinaz lluvia porteña y de un embrollo de automóviles típico en una ciudad como Buenos Aires, se conocen.
Lluvia es, en síntesis, la historia del breve encuentro de un hombre y de una mujer que se acercan a la mitad de sus vidas, parecidos y diferentes, encuentro que les ayudará a descubrir qué es lo que esperan del porvenir.
"Me gusta el personaje de Roberto porque es alguien que sale al encuentro de algo que no sabe en realidad qué es, pero siente que hay algo que resolver en su vida, es alguien que no ha dado un paso en su vida sin programarlo, pero siente que hay algo que no le funciona, porque creció sin saber nada de su padre, o en todo caso con una versión que le hizo construir su identidad sin ser consciente de lo que le faltaba, sin poder haber hecho un duelo. Roberto ya no será el mismo: sólo reconstruyéndose podrá ser más feliz", dice Ernesto Alterio acerca de su personaje, en diálogo con LA NACION.
"Son dos personajes en un momento de sus vidas en el que tienen que parar para revisar... Es como si estuviese algo desenfocado, es el principio de un proceso. Los motivos son diferentes; sin embargo, sus experiencias son parecidas... en esta cosa de estar transitando de un lado a otro sin saber muy bien adónde ir, atravesados por la soledad, el desconcierto y, de alguna manera, por el desamparo", explica Hernández.
"Hay un momento en el que se encuentran y que uno es casi el espejo del otro; eso les permite conectarse, dejarse atravesar por lo que les pasa, independientemente de si es un vínculo corto, de unos pocos días, esos que a veces son mucho más potenciadores en la historia de uno que relaciones más largas. Son dos personas que tienen que parar, ver quiénes son con todo lo que traen en sus espaldas, y cómo siguen", agrega.
Para la cineasta se trata de una cuestión generacional más que circunstancial "...ya que a los treinta y pico se saca una evaluación acerca de cómo está tu vida en función de lo que suponés que sos".
"Cuando empecé a pensar en cuál debía ser el lenguaje visual de mi película aparecía esto de estar desenfocado. Para mí, la lluvia funcionaba de dos maneras: hay cierta idea romántica de la lluvia, en otro lado y no sobre los personajes, o como un lugar de desamparo, de agobio, de encierro, que es el estado que traen estos personajes", insiste la directora, que agrega que fue una idea que se fue profundizando con el trabajo de Bill Nieto, el director de fotografía: "Se potenció muchísimo: el agua te permite ver, pero a la vez te filtra lo que se ve, con una cierta distorsión, la de un vidrio mojado o empañado.
lo que ves no es del todo lo que estás viendo... Toda esta idea va reforzando lo que les pasa a los personajes, es parte del mundo de la película".
Acerca de trabajar sólo con dos actores, Hernández piensa que es mucho más complejo que hacerlo con todo un elenco: "El peso de la película está sostenido por ellos dos, que además transitan una línea muy riesgosa... Con Ernesto primero a la distancia, y después aquí, y con Valeria, hubo mucho trabajo de preparación, y cuando rodábamos teníamos muy en claro para dónde queríamos que fuera la historia... Es como un rompecabezas, es como si las piezas fuesen asomando, generando cierto misterio, hasta construir ese vínculo.
En este caso, el tono de actuación y el peso sobre ellos dos era complejo, y filmar esta película, muy íntima pero con mucho despliegue técnico y con lluvia sobre los actores, implicaba un grado de concentración que tanto Valeria como Ernesto demostraron tener durante todo el rodaje".
Por Claudio D. Minghetti De la Redacción de LA NACION
"Me gusta trabajar en la Argentina"
Por Claudio D. Minghetti De la Redacción de LA NACION
"Me gusta trabajar en la Argentina"
Ernesto Alterio tiene 37 años. Cuando era un niño, antes del golpe militar, en 1974, marchó al exilio, después de que su padre, Héctor Alterio, fue puesto en una "lista negra" por su papel en La tregua.
Ha trabajado en teatro, en cine -unas treinta películas, incluso a las órdenes de Carlos Saura- y en TV, aquí en la exitosa miniserie Vientos de agua , en dos de sus episodios, dirigido por Paula Hernández.
En estos días terminó la comedia Rivales , de Fernando Colomo, acerca de padres e hijos amigos-enemigos de Madrid y Barcelona, junto a Goya Toledo y Jorge Sanz. -¿Qué sentís al volver al cine argentino?
-Es algo que vivo con alegría y con gratitud por tener la oportunidad de seguir trabajando aquí, que es lo que me interesa. Mi idea es pode trabajar en la mayor cantidad de lugares del mundo posible, algo que siempre me ha interesado: conocer el mundo a partir de mi trabajo. Con la Argentina tengo un vínculo diferente, porque tiene que ver conmigo, con mi historia: me reconozco en un montón de cosas.
-¿Influyó el hecho de tener un padre de profesión actor?
-Siento que hay algo en mi forma de ser que tiene que ver con eso. Nací en la Argentina, pero cuando tenía 4 años me tuve que ir de aquí, no entendía por qué, pero igual mamé la angustia de mis padres, que tenían que resolver sus vidas en otro lugar Ha incidido, seguramente, lo que no significa que para mí haya sido una decisión fácil... -¿En qué medida?
-Mi padre nunca me ha querido enseñar, sin embargo, he estado jugando a la actuación desde pequeño. Mi padre aparecía en una serie de TV y a mí me divertía seguir los diálogos leyendo el guión: veía lo que estaba en el papel y cómo él lo interpretaba. Lo seguía en voz alta. A través de un juego se transmiten cosas muy poderosas, pero cuando me preguntaban si quería ser actor respondía que no... hasta que me ganó el deseo y con los años me he dado cuenta de que para mí actuar es algo muy natural.
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