Por Juan Pablo Russo
Mezclando elementos de diferentes géneros cinematográficos Fantasma de Buenos Aires (2009), ópera prima de Guillermo Grillo, se convierte en un film netamente narrativo. Corriéndose del minimalismo del Nuevo Cine Argentino, presenta una historia que vira entre la fantasía, la comedia, el policial y el suspenso.
Una noche, un grupo de amigos aburridos, deciden participar del juego de la copa. Entre el escepticismo y el temor, la copa se romperá y el espíritu convocado se quedará en la tierra. A partir de ese instante, nacerá una extraña relación entre uno de los jóvenes y el fantasma de un malevo asesinado en los años 20, quien le pedirá su cuerpo prestado, por un par de días, para saldar una deuda pendiente. El conflicto se desencadenará cuando éste deba toparse con una Buenos Aires moderna, totalmente alejada de aquella que él conoció.
Con una puesta en escena que por momentos se asemeja a lo teatral, el film de Guillermo Grillo, crece a partir del cruce de géneros. Así como The Host (Gwoemul, 2006) transitaba, casi sin proponérselo, por el drama, la ciencia ficción y el terror, Fantasma de Buenos Aires nos va a introducir en una película que constantemente cambiará el rumbo, pero sin dejar de lado la esencia de la historia narrada.
Los cruces temporales entre una Buenos Aires cosmopolita actual con la de principios de siglo, denotan cierta nostalgia. La misma está marcada por el uso de una fotografía en blanco y negro versus el uso del color, sumada a los cambios arquitectónicos sufridos en la ciudad a los que hace referencia el film. La contraposición de planos cerrados para marcar el pasado con planos abiertos para mostrar un presente en donde el olvido sepultó las raíces de una ciudad, son el marco correcto para la propuesta nostálgica que el film presenta.
Iván Espeche como el fantasma del malevo Canaveri y Estanislao Silveyra como Tomás -el joven que le presta su cuerpo- cumplen a rajatablas y de manera correcta con los roles asignados; tanto en la forma de hablar, como en las posturas corporales y la manera de llevar adelante cada uno de sus personajes. Aunque el que provoca destellos de comicidad es el joven actor -proveniente del teatro off porteño- Juan West, al que su personificación de Claudio, un amigo de Tomás, la cae a la perfección, brindando el contrapunto necesario que la historia necesita para alejarnos de lo fantástico y adentrarnos en la comedia.
El rol de la mujer -que está casi ausente en los protagónicos- cumple un papel trascendental en el desarrollo de cada uno de los conflictos planteados, ya que será a partir de ésta que se abrirán las historias. Si bien la misma pareciera ser netamente machista, terminarán siendo las mujeres quienes modifiquen cada una de las acciones de los personajes masculinos para ganar la partida o conseguir lo que ellas desean.
Fantasma de Buenos Aires es una película más que interesante, ya sea por su construcción cinematográfica como por la forma en que decide contar una historia que, alejada del Nuevo Cine Argentino, a pesar de por momentos caer en la teatralización, viene a renovar las formas narrativas de un cine clasicista. La película que hacía falta para terminar un gran año del cine argentino.
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